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Este es un proyecto a fuego lento pero constante en el que realizo retratos a lápiz de objetos de juego del pasado y del presente, de todas partes del mundo.
La semilla de este proyecto es un dibujo que hice hace unos años de una muñeca expuesta en el Museum of Childhood de Edimburgo, Escocia. Confeccionada hacia el año 1905 a partir de un viejo zapato de caballero y unos harapos, perteneció a una niña de un barrio pobre londinense, y encarna muchas cosas a la vez, sintetizando de forma perfecta y cautivadora en qué consiste un objeto de juego.
A primera vista, su aspecto me pareció devastador y desgarrador. Quizás incluso me llevara la mano al pecho y se me escapara un “¡Ay!”. Pero enseguida me avergoncé, como si me hubiera pillado a mí misma haciendo slum tourism (turismo de la pobreza). Cuanto más la miraba, más entendía que esta muñeca era muchísimo más que la expresión de la tragedia de una niña en un contexto de miseria.
La muñeca es un ejemplo perfecto de buen objeto de juego: una manifestación de posibilidades. ¿Y si una vieja suela de zapato pudiera convertirse en muñeca, con nombre y vestido e incluso personalidad propia? ¡Piensa en todas las cosas que podría hacer!
Al ir dibujando la muñeca, poco a poco fue cobrando vida en mi cabeza. La conocí un poco más y vislumbré elementos de su personalidad. Se me ocurrió que sería interesante explorar a través de la ilustración otros objetos de juego, de diferentes lugares y épocas, para conocerlos a ellos también.
Estudié arqueología en la universidad, y durante varios años practiqué la profesión de forma intermitente. Recuerdo bien la sensación que me invadía cuando yo o alguien del equipo encontraba cierto tipo de artefacto en una excavación: podría definirse como un vértigo emocional y transtemporal.
Un zapato medieval encontrado en una cuneta (¿se le perdió a su dueña? ¿se le cayó por accidente? ¿lo arrojó intencionadamente?); un trozo de cerámica pintada con una cara graciosa (¿le salían siempre así al alfarero? ¿cuánto tiempo tardaba en pintar cada carita?).
Lo que más me gustaba y me conmovía de esos artefactos era su carácter eminentemente cotidiano e inequívocamente humano: me acercaban a individuos específicos, y a momentos específicos de sus vidas. Al ver y tocar los artefactos, de inmediato imaginaba otras vidas vividas, en toda su gloria mundana y de estar por casa.
Por la misma razón, también tengo debilidad por esos grafitis centenarios que a menudo se ven en las paredes y columnas de viejas iglesias y catedrales. Disfruto profundamente de la travesura que delatan, de ese momento espontáneo conservado para la posteridad.
Los juguetes y objetos de juego tienen para mí un interés parecido— son objetos cotidianos que nos acompañan y son testigos de nuestras vidas; nos dejan entrever momentos de consuelo, abstracción o deleite que hemos podido tener. Son objetos vitales, hasta el punto de que adaptamos cualquier cosa para que nos sirva de juguete. Y pueden ser las posesiones más íntimas de una niña o un niño – y de un adulto, también.
Mi intención es ofrecer retratos de una amplia gama de objetos de juego de todo el mundo y de muchas épocas diferentes.
Me ilusiona compartir esta exploración con vosotros, y ver por qué caminos nos lleva.
Lo dicho, a jugar.
Imogen Duthie, 8 de enero de 2021