Nº 59 ~

Tesoro

Varios países, varios periodos

Reunido por P N D en España, 2022

Colección privada

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Hace más de dos años, me asomé al interior de una taza que tenía mi hijo en su escritorio y vi esta pequeña colección de objetos, guardados a la manera de un hámster que ha ido almacenando pipas y granos de maíz en su nido, con motas de pelusa y polvo incluidas.

Lo que hizo que me detuviera a tomar una fotografía fue la yuxtaposición de tantas cosas (naturaleza, tiempo, circunstancias, azar) y el tipo de mapa que ofrecía en términos de lo que podría implicar ser un ser humano en la Tierra. Me gustó que fuera una construcción medio consciente, medio aleatoria, de una especie de expresión tentativa de identidad por parte de mi hijo, algo así como los "grandes éxitos" de sus intereses o gustos durante un período concreto. Se había agrupado orgánicamente; no todo había ido a parar a la taza de una vez, sino que había crecido gradualmente y, a juzgar por el polvo, había quedado intacto durante períodos relativamente largos. Con el tiempo, se había convertido en una pequeña y peculiar familia de posesiones preciadas.

Un diente de tiburón fosilizado, una canica de lo más ordinaria, una pequeña piña recogida en el parque, una figurita de elefante y un trozo de hilo dental largo y enredado. Una combinación de elecciones deliberadas y fortuitas; una suerte de cruce de caminos que estalla en un número vertiginoso de direcciones a explorar.

El elefante se lo compró su padre a un vendedor ambulante africano en Zaragoza, y está hecho para que parezca de madera o marfil, pero, a juzgar por varios ejemplos que encontré del mismo diseño utilizado para bisutería, es muy probable que sea acrílico y producido en masa. La trompa elevada simboliza la buena suerte. Era y sigue siendo del tamaño perfecto para caber en la palma de su mano.

El diente de tiburón fosilizado venía en una caja de fósiles para principiantes: procede de Madagascar y tiene entre 5 y 23 millones de años. Desde entonces hemos adquirido más fósiles y diría que es uno de los elementos más conscientes de este tesoro. Me parece recordar que recogimos la piña durante un paseo, principalmente por su tamaño tan gustoso. El hilo dental es lo que queda de un intento de hacer "lanzatelarañas" en una época de obsesión absoluta con Spider-Man que duró muchísimo; no deja de ser gracioso que haya encontrado su lugar junto a un diente de tiburón fosilizado. Por último, el origen de la canica es un misterio sin resolver y mi hijo no recuerda ningún apego especial a ella, pero... ¿dónde la iba a poner? ¿Qué se hace con una sola canica que fuera de un contenedor rodaría por todas partes? Una vez añadida a esta pequeña familia, adquirió más significado, convirtiéndose en una categoría diferente de objeto.

Mientras pensaba en estos objetos, se me ocurrió que, si buscara en el cuarto de mi hija, sería más difícil encontrar algo similar en términos de una colección, y esto no solo se debe a su edad (cumple 14 años la semana en que escribo esto, mientras que mi hijo tenía 8 cuando tomé la fotografía). En muchos aspectos, su manera de relacionarse con el mundo hasta ahora parece ocurrir principalmente como una actividad mental, intangible, que no deja tantas huellas materiales. Tal vez tendría que buscar libros, ropa o música, pero no creo que haya nada tan duradero como una canica o un fósil. Quizás su posesión más constante y preciada sea un gato de peluche de cuando era pequeñita, pero generalmente no se aferra demasiado a los objetos y está feliz, incluso ansiosa, de deshacerse de las cosas que ya no usa o mira. Esta observación me hizo pensar en lo imprecisa y desequilibrada que debe ser nuestra percepción, y en cómo, sin embargo, no podemos evitar llenar los vacíos y contarnos historias basadas en lo que creemos poder ver.

También me hizo pensar en cómo se configuran las identidades durante nuestra infancia y en qué medida son creadas por uno mismo o por otros, accidentalmente o no. ¿Cuántas canicas metafóricas acumulando pelusa puede haber? ¿Y cuántas canicas acabaron siendo desechadas?

Si tomáramos el contenido de mi mesilla de noche como mi tesoro, ¿qué diría de mí? ¿Qué historias podrían extraerse de él? ¿Cuánto de ello reconocería como mío? ¿Acaso importa?

Tengo un amigo que hace reformas de viviendas y locales. En ocasiones, tiene que vaciar casas que han estado desatendidas o abandonadas durante años. Entre toda la basura, a veces encuentra objetos que cree que merecen ser apartados. No tiene ningún interés en venderlos; no siente que sean suyos para vender, y organizar donaciones u otros arreglos toma tiempo y con frecuencia no lleva a ninguna parte. Al final, acaba llevándose algunos objetos a casa, motivado, me gusta pensar, por un impulso similar al que tenemos cuando nos llevamos a un pájaro herido para que se cure tranquilo, antes de ayudarlo a salir volando por la ventana. En este caso, el "pájaro" no sale volando, sino que recibe una nueva vida y, como la canica, se convierte en una categoría diferente de objeto. Resulta extraño, casi un sacrilegio, tirar a la basura objetos que en su día fueron claramente importantes para alguien, y es un poco como si estuviera prolongando la vida de esos objetos y también la de sus dueños originales.

Cuando vi su pequeña colección, esta actividad suya tan tranquila y modesta – el rescate de fragmentos de vidas de extraños y la manera en que lo hacía – me pareció delicada y consciente: una identificación de hilos efímeros de vida humana que era respetuosa, lúcida y también, de alguna manera, emocionante.

Ahora pertenecían a una vida y un contexto diferentes, y me encantó la reutilización y el relato de historias que esto implicaba. ¿No existe un juego en el que escribes una historia y luego cortas las oraciones para reorganizarlas y crear algo nuevo? También me hizo pensar en una especie cadáver exquisito tridimensional: los había colocado junto a otros objetos inicialmente no relacionados y, al hacerlo, se había creado algo nuevo. En esencia, era como montar en privado una naturaleza muerta en un rincón de su sala de estar, destinada solo para sus ojos.

Cuando pensé en las distintas formas en que coleccionamos nuestros diversos tesoros, me acordé de Joseph Cornell (1903-1972). En su casa neoyorkina de Utopia Parkway (difícil encontrar un nombre más apropiado), este hombre intensamente privado y, según todos los relatos, personalmente peculiar y terriblemente tímido, fabricó cajas maravillosas a partir de objetos encontrados, creando universos nuevos, delicados y poéticos. Olivia Laing nos cuenta que, antes de comenzar su carrera artística a principios de la década de 1930, ya había acumulado

“[…] un enorme museo privado de sus excursiones, en las que se llevó a casa tesoros en forma de libros raros, revistas, postales, carteles de teatro, libretos, discos y películas antiguas. Y cosas más raras: conchas y pelotas de goma, cisnes de cristal, brújulas, bobinas y corchos”.

Más adelante en el artículo, Laing escribe:

 “[…] nunca perdió su capacidad de mirar y conmoverse – maravillarse, incluso – con las cosas que veía, desde los pájaros en los árboles (“el alegrísimo piar de un insistente petirrojo”) o los cambios del tiempo, hasta el maravilloso tráfico de sus sueños y visiones.

“Gratitud, reconocimiento y conmemoración de algo que puede perderse tan fácilmente”, escribió en su diario el 27 de diciembre de 1972 , dos días antes de morir de insuficiencia cardíaca, resumiendo inadvertidamente el genio perdurable de su propia obra.

Tal vez esa última frase de Cornell en su diario también resuma por qué me conmovió la actividad aparentemente modesta de mi amigo, y por qué me detuve a fotografiar el tesoro de mi hijo, que parecía contener mucho más que estos cinco pequeños objetos, y desencadenó numerosas reflexiones sobre cómo nos relacionamos con los objetos y qué estamos haciendo cuando elegimos cuáles conservar y convertir en parte de nuestras vidas, desde nuestra primera infancia hasta el final.

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